Como terapeuta de pareja muchas veces me hacen una pregunta: ¿Es bueno que la pareja tenga secretos? Y siempre les contesto lo mismo: no es necesario contárselo todo, pero todo lo que se cuente debe ser verdad. Una cosa son los secretos, que sería toda esa información referente a hechos, sentimientos o pensamientos que forman parte de cada una de las personas como seres individuales y que no se quieren compartir con nadie más, ni siquiera con la pareja. Y dos cosas claramente distintas son la omisión de información de manera intencionada y las mentiras, que en definitiva es lo que incide directamente sobre la confianza de la pareja.
Si seguimos esta dinámica, la comunicación siempre será positiva y las raíces de la relación estarán más nutridas, cuando sabemos que no hay mentiras ni engaños por miedo a no enfrentarnos con el otro, que tenemos esa confianza de poder decirnos cualquier cosa sin ser juzgados.
Para ello hay que tener clara la diferencia en el mundo de la pareja entre PRIVACIDAD e INTIMIDAD. La intimidad es ese espacio que compartimos los dos como unidad y privacidad es el aspecto más individual y personal de cada miembro de la pareja por sí solo. ¿Qué significa esto? Pues que si tengo la sensación de renunciar a mi mismo por el hecho de formar una pareja, más tarde o más temprano esto se va a volver en contra del vínculo. Es por ello que hay que conservar esa parte nuestra que no tiene por qué ser compartida.
Es cierto que hay mentiras que cumplen una función social y muchas veces ciertas mentiras piadosas evitan un mal o un conflicto que podría desencadenarse en caso de decir realmente lo que se piensa –como el caso de contar vida y obra de nuestras relaciones sexuales anteriores-. Ese otro tipo de información que sabemos que, si la revelamos, podría tener un impacto impredecible (o en ciertos casos, predecible) en nuestro presente y en nuestro futuro de pareja. Porque, como decía Víctor Hugo, “aquel que dice cuánto piensa, piensa muy poco lo que dice”.