Las parejas pierden mucho tiempo antes de decidirse a consultar sus problemas a un terapeuta profesional. Pero cuanto más tarden, más se llena el saco de resentimientos, rencores, desilusiones y agravios.
Todas las relaciones pasan por periodos de falta de entendimiento, cierto. Y muchos amores se aburren con las rutinas y se agobian con las estrecheces del hogar. Pero también es cierto que la vida en pareja aporta muchas satisfacciones, además de haberse comprobado que mejora la salud.
Por ello, vale la pena dedicarle más atención: el buen ambiente no surge por casualidad, hay que saber fomentarlo y cuidarlo, así como estar pendientes de los indicadores que anuncian las crisis. Una ruptura de pareja supone un evento vital de gran impacto, que afecta a cuestiones primordiales, desde los sentimientos al alojamiento y el nivel de vida.
Divorcio y separación son necesarios en muchos casos. Sin embargo, hay parejas que toman decisiones precipitadas y no son capaces de luchar y agotar todos los cartuchos.
En cualquier caso la terapia de pareja puede ofrecer excelentes resultados, tanto para consolidar una relación, como para abordar la separación sin grandes traumas.
La fase inicial, clave
Hay distintas etapas clave que una pareja debe tener en cuenta si quiere mantener viva la relación; son como saltos de obstáculos, que se salvan todo fluye mejor.
Una etapa, trascendental donde las haya, es la primera época de convivencia: si no se supera bien este punto, la pareja se va al traste.
Es una pena ver cómo los enamorados que la emprenden con ilusión no son capaces de sortear los escollos de esa primera fase. Por lo tanto hay que centrarse en este periodo.
Está claro que cuando la pareja comienza a vivir junta van surgiendo pequeñas discrepancias y confrontaciones cotidianas, que si se manejan bien, apelando a la comprensión y la empatía, pueden ir construyendo un camino de acercamiento, y con él, la base de una relación sólida.
Por el contrario, pueden ser una fuente de conflictos y crear un muro de separación. A veces las discrepancias surgen por sencillos asuntos domésticos: qué se compra, qué se come, a qué hora se cena, cuáles son las prioridades económicas…
Hay que tener en cuenta que cada miembro de la pareja se ha criado inmerso en distintos estilos familiares, con costumbres diferentes, lo que deviene en una tendencia a pensar que nuestro estilo de vida es el más idóneo, a veces sin dar la menor oportunidad a otras alternativas. Cuando en realidad, nuestros hábitos y costumbres no son más que maneras de hacer las cosas, que algunas personas convierten en estricto referente inamovible, porque les aporta seguridad y tranquilidad, sin percatarse de que si para ella es trascendental, para su pareja esas reglas son restrictivas y molestas.
Esto puede conducir a verdaderas luchas de poder, raíz de muchos problemas entre parejas. Mala cosa cuando el hogar se convierte en campo de batalla sin tregua. Cuando cada decisión deja un rastro de frustración y resentimiento.
¿Cuándo se necesita ayuda profesional?
Todo esto enciende la alerta máxima y urge prestar atención a las señales. En esos casos es importante la ayuda profesional para analizar los problemas y ayudar a solucionarlos.
La pareja centrada en sus conflictos no puede comprender las motivaciones intrínsecas de cada uno de los miembros para defender su parcela de influencia.
Los conceptos persistente y recurrente son esenciales para valorar el nivel de crisis de una pareja. Es decir, la frecuencia y el grado de distanciamiento, frialdad, irritación, rencor.
Si esos sentimientos van sumando en la balanza en detrimento de otros positivos como aprecio, admiración, amor, cariño, atracción sexual, complicidad…tenemos un problema, y hay que pedir ayuda.
Una cuestión importante en estos casos es que les emociones de las parejas no están sincronizadas, por lo que puede suceder que un miembro de la pareja sea mucho más sensible a la crisis que el otro.
En estos casos las mujeres suelen ser más sensibles a las señales de alarma, en general ellas las perciben antes; de manera que cuando vienen a consulta, él puede decir: «A mí no me parece que estemos tan mal».
Sin embargo, ella es capaz de aportar especificaciones objetivas y fundadas de las dificultades de convivencia.
Por otro lado, el afrontamiento de las crisis de pareja tiene que ver con las expectativas, la tolerancia a la frustración y los estilos de personalidad.
De manera que hay personas que tienen grandes expectativas sobre la convivencia en pareja, a veces con una edulcorada visión romántica que no resiste la práctica cotidiana.
En cuanto a la tolerancia a la frustración, se viene diciendo que cada vez tenemos menos tolerancia a la frustración y esa actitud, sobre todo en las relaciones de pareja, no resulta nada favorable.
Las personas que salen corriendo ante el menor obstáculo no van a saber afrontar las vicisitudes surgidas en el marco de convivencia. En cuanto a los estilos de personalidad y los mecanismos de defensa ante los conflictos, nos podemos encontrar con personas que, por temor a que la pareja se rompa, van derechos al abismo al negar de manera sistemática las dificultades que surgen hasta que ya es demasiado tarde.
No es fácil preparar un decálogo de señales de alerta. No obstante, nos atrevemos a ofrecer algunas recomendaciones generales. No se puede convertir la convivencia en una guerra constante, hay que tener siempre presente el amor y el cariño que nos unió a esa persona y ser capaces de mostrárselo.
Por último, es mejor no dramatizar y tener sentido del humor. Y si la guerra llega, no dudar en pedir ayuda.
María Pérez Conchillo. Publicado el 23-7-2013 para elcorreo.com.