¿Por qué no te crees que te mereces todo lo bueno que te pase? ¿Por qué piensas que tus ideas y opiniones valen menos que las de los demás? ¿A qué se debe que creas que eres menos importante que cualquier otra persona? Si algunas de estas preguntas te han hecho sentir algo en las tripas y has notado un nudo en la garganta, quizás sea por haberte sentido identificado con cualquiera de ellas –o con todas- y esas sensaciones te están diciendo algo, te están mandando un mensaje claro: tenemos un problema. Piensa un poco, ¿te han educado para disfrutar o para sufrir? Me explico, fíjate en tus padres, ¿acaso no estaban en estado permanente de “alerta” ante todo lo que nos pasaba? Si estábamos enfermos, si éramos unos trastos, si éramos demasiado tranquilos, pasándolo mal por todo y en un “sin vivir” constante. Si eres de de los que te enseñaros a disfrutar ¡enhorabuena! Sólo tendrás que leer este artículo para aprender cosas nuevas, pero si eres de los segundos –como la mayoría- es hora de que entiendas algunas cosas.
Nos han enfocado constantemente hacia lo negativo en la vida, hacia lo que nos perturba, nos inquieta, nos produce miedo, por lo que hemos aprendido a ser inseguros y desconfiados ¡y lo peor de todo!, hemos aprendido a no disfrutar de todo lo bueno que nos pasa, porque quizás, no sea bueno disfrutar demasiado..claro, tampoco estamos acostumbrados a hacerlo.
Estamos acostumbrados a frustrarnos y a alardear de todo lo malo que nos pasa, porque alardear –o simplemente comentar-lo bueno que tenemos “está feo” y lo que es todavía más feo, hacerlo sobre nosotros mismos. ¿Os imagináis la conversación? “Hola Pepita, chica, qué vestido más bonito llevas hoy” a lo que Pepita responde “Si, es precioso, además me favorece muchísimo, sobre todo me resalta las curvas tan estupendas que tengo”. La amiga probablemente se irá pensando que Pepita es demasiado creída, porque lo que espera es que le contestemos “¿Si? ¿te gusta? Pero si es muy barato, apenas 20€ me ha costado”. ¿Cuál es la diferencia? En el segundo caso primero no nos lo creemos del todo (buscamos la aprobación de los demás) y luego le restamos importancia por aquello de quedar bien. En el primer caso Pepita hace un alarde de autoestima al que pocos estamos acostumbrados, y aunque la amiga se vaya desconcertada, Pepita se siente feliz y segura de sí misma.
También es cierto que mediante este tipo de educación, es decir, enseñar a sufrir, es más fácil controlar a los adultos, más sencillo condicionarlos para llevarlos mejor por el camino que interese en ese momento – aunque ese es otro tema-, lo cierto es que nos han enseñado como a su vez han enseñado a nuestros padres, lo que han vivido ellos y es normal. Lo importante es ser consciente y no repetirlo con las nuevas generaciones para que crezcan seguros de ellos mismos, sin miedo. Porque no es malo ni peligroso ni egoísta pensar que uno mismo es un ser extraordinario, único e irrepetible. Además es cierto, somos seres especiales, todos y cada uno, ¿No es motivo suficiente para gritarlo al mundo? No somos ni más ni menos que nadie, es momento de entender que todos estamos dentro del mismo saco –o universo, como lo queráis llamar- para vivir como mejor sepamos durante los años que dure el viaje, ¡ojo! Que no es tan largo, haz como Pepita, ponte tu mejor vestido ¡y presume de curvas! Los demás que piensen lo que quieran.